¡Me encanta la carne!
En su estado natural, entera y dando vida
a los animales a los que pertenece.
Me gusta contemplar la viva materia del cuerpo,
sus nobles portadores, magníficamente adaptados a la supervivencia,
tan diversos y, a su vez, tan próximos a nosotros.
Rechazo, en cambio, la carne pasada a cuchillo, herida, sangrante, despellejada,
despedazada, troceada, metida en recipientes, en hornos y fogones.
Me repugna ver meter trozos de carne en la boca
y cómo hay quienes la mastican, la degustan y se la tragan.
Me desagrada, en definitiva, la carne muerta y, aún más, la matada.
Sigo una dieta incruenta
Porque el ámbito geográfico y climático donde vivo me lo permiten.
Porque, socialmente, beneficia a mi especie,
es más saludable; ecológicamente, más sensata;
gastronómicamente, muy apetecible y,
emocionalmente, hace sentirme mejor.
Texto extraido del libro ¿Carne? ¡No, gracias! de Frederic Vinyes